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Neruda - le poesie
TORO
I
Entre las aguas del norte y las del sur
España estaba seca,
sedienta, devorada, tensa como un tambor,
seca como la luna estaba España
y había que regar pronto antes de que ardiera,
ya todo era amarillo,
de un amarillo viejo y pisoteado,
ya todo era de tierra,
ni siquiera los ojos sin lágrimas lloraban
(ya llegará el tiempo del llanto)
desde la eternidad ni una gota de tiempo,
ya iban mil años sin lluvia,
la tierra se agrietaba
y allí en las grietas los muertos:
un muerto en cada grieta
y no llovía,
pero no llovía.
II
Entonces el toro fue sacrificado.
De pronto salió una luz roja
como el cuchillo del asesino
y esta luz se extendió desde Alicante,
se encarnizó en Somosierra.
Las cúpulas parecían geranios.
Todo el mundo miraba hacia arriba.
Qué pasa? preguntaban.
Y en medio del temor
entre susurro y silencio
alguien que lo sabía
dijo: «Ésa es la luz del toro».
III
Vistieron a un labriego pálido
de azul con fuego, con ceniza de ámbar,
con lenguas de plata, con nube y bermellón,
con ojos de esmeralda y colas de zafiro
y avanzó el pálido ser contra la ira,
avanzó el pobre vestido de rico para matar,
vestido de relámpago para morir.
IV
Entonces cayó la primera gota de sangre y floreció,
la tierra recibió sangre y la fue consumiendo
como una terrible bestia escondida que no puede saciarse,
no quiso tomar agua,
cambió de nombre su sed,
y todo se tino de rojo,
las catedrales se incendiaron,
en Góngora temblaban los rubíes,
en la plaza de toros roja como un clavel
se repetía en silencio y furia el rito,
y luego la gota corría boca abajo
hacia los manantiales de la sangre,
y así fue y así fue la ceremonia,
el hombre pálido, la sombra arrolladura
de la bestia y el juego
entre la muerte y la vida bajo el día sangriento.
V
Fue escogido entre todos el compacto,
la pureza rizada por olas de frescura,
la pureza bestial, el toro verde,
acostumbrado al áspero rocío,
lo designó la luna en la manada,
como se escoge un lento cacique fue escogido.
Aquí está, montañoso, caudal, y su mirada
bajo la media luna de los cuernos agudos
no sabe, no comprende si este nuevo silencio
que lo cubre es un manto genital de delicias
o sombra eterna, boca de la catástrofe.
Hasta que al fin se abre la luz como una puerta,
entra un fulgor más duro que el dolor,
un nuevo ruido como sacos de piedras que rodaran
y en la plaza infinita de ojos sacerdotales
un condenado a muerte que viste en esta cita
su propio escalofrío de turquesa,
un traje de arco iris y una pequeña espada.
VI
Una pequeña espada con su traje,
una pequeña muerte con su hombre,
en pleno circo, bajo la naranja implacable
del sol, frente a los ojos que no miran,
en la arena, perdido como un recién nacido,
preparando su largo baile, su geometría.
Luego como la sombra y como el mar
se desatan los pasos iracundos del toro
(ya sabe, ya no es sino su fuerza)
y el pálido muñeco se convierte en razón,
la inteligencia busca bajo su vestidura
de oro cómo danzar y cómo herir.
Debe danzar muriendo el soldado de seda.
Y cuando escapa es invitado en el Palacio.
Él levanta una copa recordando su espada.
Brilla otra vez la noche del miedo y sus estrellas.
La copa está vacía como el circo en la noche.
Los señores quieren tocar al que agoniza.
VII
Lisa es la femenina como una suave almendra,
de carne y hueso y pelo es la estructura,
coral y miel se agrupan en su largo desnudo
y hombre y hambre galopan a devorar la rosa.
Oh flor! La carne sube en una ola,
la blancura desciende su cascada
y en un combate blanco se desarma el jinete
cayendo al fin cubierto de castidad florida.
VIII
El caballo escapado del fuego,
el caballo del humo,
llegó a la Plaza, va como una sombra,
como una sombra espera al toro,
el jinete es un torpe
insecto oscuro,
levanta su aguijón sobre el caballo negro,
luce la lanza negra, ataca
y salta
enredado en la sombra y en la sangre.
IX
De la sombra bestial suena los suaves cuernos
regresando en un sueño vacío al pasto amargo,
sólo una gota penetró en la arena,
una gota de toro, una semilla espesa,
y otra sangre, la sangre del pálido soldado:
un esplendor sin seda atravesó el crepúsculo,
la noche, el frío metálico del alba.
Todo estaba dispuesto. Todo se ha consumido.
Rojas como el incendio son las torres de España.
TORO
I
Tra le acque del nord e quelle del sud
la Spagna era secca,
assetata, divorata, tesa come un tamburo,
secca come la luna era la Spagna
e bisognava irrigare subito prima che ardesse,
già tutto era giallo,
di un giallo vecchio e calpestato,
e tutto era di terra,
neppure gli occhi senza lacrime piangevano
(già arriverà il tempo del pianto)
dall’eternità né una goccia di tempo,
già erano mille anni senza pioggia,
la terra si sgretolava
e lì nelle crepe i morti:
un morto in ogni crepa
e non pioveva,
ma non pioveva.
II
Allora il toro fu sacrificato.
All’improvviso uscì una luce rossa
come il coltello dell’assassino
e questa luce si estese da Alicante,
si incrudelì a Somosierra.
Le cupole parevano gerani.
Tutto il mondo guardava in alto.
Che succede?, domandavano.
E nel mezzo del tremore
tra sussurro e silenzio
qualcuno che lo sapeva
disse: “Questa è la luce del toro”.
III
Vestirono un contadino pallido
di azzurro con fuoco, con cenere di ambra,
con lingue di argento, con nube e cinabro,
con occhi si smeraldo e code di zaffiro
e avanzò il pallido essere contro l’ira,
avanzò il povero vestito da ricco per uccidere,
vestito di lampo per morire.
IV
Allora cadde la prima goccia di sangue e fiorì,
la terra ricevette sangue e lo consumò
come una terribile bestia nascosta che non può saziarsi,
non volle bere acqua,
cambiò di nome la sua sete,
e tutto si tinse di rosso,
le cattedrali si incendiarono,
a Góngora tremavano i rubini,
nella Plaza de toros rossa come un garofano
si ripeteva in silenzio e fretta il rito,
e poi la goccia correva prona
verso le sorgenti del sangue,
e così fu e così fu la cerimonia,
l’uomo pallido, l’ombra travolgente
della bestia e il gioco
tra la morte e la vita sotto il giorno insanguinato.
V
Fu scelto fra tutti il compatto,
la purezza increspata dalle onde di freschezza,
la purezza bestiale, il toro verde,
abituato all’aspra roccia,
lo designò la luna nella mandria,
come si sceglie un lento notabile fu scelto.
Sta qui, montagnoso, imponente, e il suo sguardo
sotto la mezza luna delle corna aguzze
non sa, non comprende se questo nuovo silenzio
che lo copre è un manto genitale di delizie
o ombra eterna, imboccatura della catastrofe.
Finché alla fine si apre la luce come una porta,
inizia un fulgore più duro del dolore,
un nuovo rumore come sacchi di pietre che rotolano
e nella piazza infinita di occhi sacerdotali
un condannato a morte che vide in questo appuntamento
il suo proprio brivido di turchese,
un abito di arcobaleno e una piccola spada.
VI
Una piccola spada con il suo abito,
una piccola morte col suo uomo,
un circo pieno, sotto l’arancia implacabile
del sole, di fronte agli occhi che non guardano,
nell’arena, perduto come un neonato,
preparando la sua lunga danza, la sua geometria.
Poi come l’ombra e come il mare
si scatenano i passi iracondi del toro
(già sa, già non è senza la sua forza)
e il pallido manichino si trasforma in ragione,
l’intelligenza cerca sotto i suoi paramenti
d’oro come danzare e come ferire.
Deve danzare morendo il soldato di seta.
E quando fugge è invitato nel Palazzo.
Egli alza una coppa ricordando la sua spada.
Brilla ancora la notte della paura e le sue stelle.
La coppa è vuota come il circo nella notte.
I signori vogliono toccare quello che agonizza.
VII
Liscia è la femminile come una soave mandorla,
di carne e osso e pelo è la struttura,
corallo e miele si uniscono nel suo lungo nudo
e uomo e fame galoppano a divorare la rosa.
Oh fiore! La carne esce in un’onda,
la bianchezza discende la sua cascata
e in un combattimento bianco si scompone il fantino
cadendo infine coperto di castità fiorita.
VIII
Il cavallo sfuggito al fuoco,
il cavallo del fumo,
arrivò alla Plaza, va come un’ombra,
come un’ombra aspetta il toro,
il fantino è un turpe
insetto oscuro,
alza il suo pungiglione sopra il cavallo nero,
brilla la lancia nera, attacca
e salta
aggrovigliato nell’ombra e nel sangue.
IX
Dall’ombra bestiale suonano le soavi corna
ritornando in un sogno vuoto al pascolo amaro,
soltanto una goccia penetrò nell’arena,
una goccia di toro, una semenza spessa,
e altro sangue, il sangue del pallido soldato:
uno splendore senza seta attraversò il crepuscolo,
la notte, il freddo metallico dell’alba.
Tutto era disposto. Tutto si è consumato.
Rosse come l’incendio sono le torri di Spagna.