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Neruda - le poesie
LAUTRÉAMONT RECONQUISTADO
I
Cuando llegó a París tuvo mucho que hacer.
Éstas eran las verdaderas calles del hombre.
Aquí las había taladrado como a los túneles el gusano
adentro de un queso oscuro, bajo el atroz invierno.
Las casas eran tan grandes que la sabiduría
se empequeñeció y corrió como rata al granero
y sólo fueron habitadas las casas por la sombra,
por la rutina venenosa de los que padecían.
Compró flores, pequeñas flores en el mercado des Halles
y de Clignancourt absorbió el asco militante,
no hubo piedra olvidada para el pequeño Isidoro,
su rostro se fue haciendo delgado como un diente,
delgado y amarillo como la luna menguante en la pampa,
cada vez era más parecido a la luna delgada.
La noche le robaba hora por hora el rostro.
La noche de París ya había devorado
todos los regimientos, las dinastías, los héroes,
los niños y los viejos, las prostitutas, los ricos y los pobres.
Ducasse estaba solo y cuanto tuvo de luz lo entregó cuerpo a cuerpo,
contra la devoradora se dispuso a luchar,
fabricó lobos para defender la luz,
acumuló agonía para salvar la vida,
fue más allá del mal para llegar al bien.
II
Lo conocí en el Uruguay cuando era tan pequeño
que se extraviaba en las guitarras del mes de julio,
aquellos días fueron de guerra y de humo,
se desbocaron los ríos, crecieron sin medida las aguas.
No había tiempo para que naciera.
Debió volver muchas veces, remontar el deseo,
viajar hasta su origen, hasta por fin llegar
cuando sangre y tambores golpeaban a la puerta,
y Montevideo ardía como los ojos del puma.
Turbulenta fue aquella época, y de color morado
como un deshilachado pabellón de asesinos.
Desde la selva el viento militar
llegaba en un confuso olor a hierba ardiendo.
Los fusiles quebrados a la vera del río
entraban en el agua y a plena medianoche
se habían convertido en guitarras, el viento
repartía sollozos y besos de las barcarolas.
III
Americano! Pequeño potro pálido
de las praderas! Hijo
de la luna uruguaya!
Escribiste a caballo, galopando
entre la dura hierba y el olor a camino,
a soledad, a noche y herraduras!
Cada uno
de tus cantos fue un lazo,
y Maldoror sentado sobre las calaveras
de las vacas
escribe con su lazo,
es tarde, es una pieza de hotel, la muerte ronda.
Maldoror con su lazo,
escribe que te escribe su larga carta roja.
La vidalita de Maldoror, hacia el oeste,
las guitarras sin rumbo, cerca del Paraná,
terrenos bajos, el misterioso crepúsculo cayó
como una paletada de sangre sobre la tierra,
las grandes aves carnívoras se despliegan,
sube del Uruguay la noche con sus uvas.
Era tarde, un temblor unánime de ranas,
los insectos metálicos atormentan el cielo,
mientras la inmensa luna se desnuda en la pampa
extendiendo en el frío su sábana amarilla.
IV
El falso cruel de noche prueba sus uñas falsas,
de sus candidos ojos hace dos agujeros,
con terciopelo negro su razón enmascara,
con un aullido apaga su inclinación celeste.
El sapo de París, la bestia blanda
de la ciudad inmunda lo sigue paso a paso,
lo espera y abre las puertas de su hocico:
el pequeño Ducasse ha sido devorado.
El ataúd delgado parece que llevara
un violín o un pequeño cadáver de gaviota,
son los mínimos huesos del joven desdichado,
y nadie ve pasar el carro que lo lleva,
porque en este ataúd continúa el destierro,
el desterrado sigue desterrado en la muerte.
Entonces escogió la Commune y en las calles
sangrientas, Lautréamont, delgada torre roja,
amparó con su llama la cólera del pueblo,
recogió las banderas del amor derrotado
y en las masacres Maldoror no cayó,
su pecho transparente recibió la metralla
sin que una sola gota de sangre delatara
que el fantasma se había ido volando
y que aquella masacre le devolvía el mundo:
Maldoror reconocía a sus hermanos.
Pero antes de morir volvió su rostro duro
y tocó el pan, acarició la rosa,
soy, dijo, el defensor esencial de la abeja,
sólo de claridad debe vivir el hombre.
V
Del niño misterioso recojamos
cuanto dejó, sus cantos triturados,
las alas tenebrosas de la nave enlutada,
su negra dirección que ahora entendemos.
Ha sido revelada su palabra.
Detrás de cada sombra suya el trigo.
En cada ojo sin luz una pupila.
La rosa en el espacio del honor.
La esperanza que sube del suplicio.
El amor desbordando de su copa.
El deber hijo puro de la madera.
El rocío que corre saludando a las hojas.
La bondad con más ojos que una estrella.
El honor sin medalla ni castillo.
VI
Entonces la muerte, la muerte de París cayó como una tela,
como horrendo vampiro, como alas de paraguas,
y el héroe desangrado la rechazó creyendo
que era su propia imagen, su anterior criatura,
la imagen espantosa de sus primeros sueños.
«No estoy aquí, me fui, Maldoror ya no existe.»
«Soy la alegría de la futura primavera»,
dijo, y no era la sombra que sus manos crearon,
no era el silbido del folletín en la niebla,
ni la araña nutrida por su oscura grandeza,
era sólo la muerte de París que llegaba
a preguntar por el indómito uruguayo,
por el niño feroz que quería volver,
que quería sonreír hacia Montevideo,
era sólo la muerte que venía a buscarlo.
LAUTRÉAMONT RICONQUISTATO
I
Quando arrivò a Parigi trovò molto da fare.
Queste erano le vere strade dell’uomo.
Qui le aveva trapanate come i tunnel il lombrico
dentro a un formaggio oscuro, sotto l’atroce inverno.
Le case erano talmente grandi che la saggezza
si rimpicciolì e corse come topo al granaio
e soltanto furono abitate le case dall’ombra,
dalla routine velenose di quelli che soffrivano.
Comprò fiori, piccoli fiori nel mercato di Halles
e da Clignancourt assorbì lo schifo militante,
non ci fu pietra dimenticata per il piccolo Isidoro,
il suo volto si fece magro come un dente,
magro e giallo come una luna calante nella pampa,
ogni volta era più somigliante alla luna magra.
La notte gli rubava ora per ora il viso.
La notte di Parigi già aveva divorato
tutti i reggimenti, le dinastie, gli eroi,
i bambini e i vecchi, le prostitute, i ricchi e i poveri,
Ducasse stava solo e quando ebbe la luce si dedicò corpo a corpo,
contro la divoratrice si dispose a lottare,
fabbricò lupi per difendere la luce,
accumulò agonia per salvare la vita,
fu più in là del mare per arrivare al bene.
II
Lo conobbi in Uruguay quando ero tanto piccolo
che si smarriva nelle chitarre del mese di luglio,
quei giorni furono di guerra e di fumo,
si imbizzarrirono i fiumi, crebbero senza paura le acque.
Non c’era tempo affinché nascesse.
Dovette tornare molte volte, superare il desiderio,
viaggiare fino alle sue origini, fino infine arrivare
quando sangue e tamburi colpivano alla porta,
e Montevideo ardeva come gli occhi del puma.
Turbolenta fu quell’epoca, e di colore violetto
come una sfilacciata bandiera di assassini.
Dalla selva il vento militare
arrivava in un confuso odore di erba che bruciava.
I fucili spezzati alla sponda del fiume
entravano nell’acqua e in piena mezzanotte
si erano trasformati in chitarre, il vento
distribuiva pianti e baci delle barcaiole.
III
Americano! Piccolo puledro pallido
delle praterie! Figlio
della luna uruguayana!
Scrivesti a cavallo, galoppando
tra la dura erba e l’odore di strada,
di solitudine, di notte e ferri!
Ciascuno
dei tuoi canti fu un lazo,
e Maldoror seduto sopra i teschi
delle vacche
scrive con il suo lazo,
è tardi, è una stanza di hotel, la morte gira.
Maldoror con il suo lazo,
scrive che ti scrive la sua lunga carta rossa.
La vitalità di Maldoror, verso l’Ovest,
le chitarre senza rotte, vicino al Paraná,
terreni bassi, il misterioso crepuscolo cadde
come una palata di sangue sopra la terra,
i grandi uccelli carnivori si schierano,
sale dall’Uruguay la notte con le sue uve.
Era pomeriggio, un tremore unanime di rane,
gli insetti metallici tormentano il cielo,
mentre l’immensa luna si spoglia sulla pampa
estendendo nel freddo il suo lenzuolo giallo.
IV
Il falso crudele di notte prova le sue unghie false,
dei suoi candidi occhi fa degli buchi,
con velluto nero la sua ragione maschera,
con il suo ululato spegne la sua inclinazione celeste.
Il rospo di Parigi, la bestia soffice
della città immonda lo segue passo a passo,
lo aspetta e apre le porte del suo muso:
il piccolo Ducasse è stato divorato.
La bara sottile sembra che portasse
un violino o un piccolo cadavere di gabbiano,
con le minime ossa del giovane disgraziato,
e nessuno vede passare il carro che lo porta,
perché in questa bara continua l’esilio,
l’esiliato segue l’esiliato nella morte.
Allora scelse la Commune e nelle strade
insanguinate, Lautréamont, magra torre rossa,
protesse con la sua fiamma la collera del popolo,
raccolse le bandiere dell’amore sconfitto
e nei massacri Maldoror non cadde,
il suo petto trasparente ricevette la mitraglia
senza che una sola goccia di sangue rivelasse
che il fantasma se ne era andato volando
e che quel massacro lo riportava al mondo:
Maldoror riconosceva i suoi fratelli.
Ma prima di morire voltò il suo volto duro
e toccò il pane, accarezzò la rosa,
sono, disse, il difensore essenziale dell’ape,
soltanto la chiarezza deve vivere l’uomo.
V
Del bambino misterioso ricordiamo
quanto lasciò, i suoi canti triturati,
le ali tenebrose della nave luttuosa,
la sua scura direzione che adesso comprendiamo.
È stata rivelata la sua parola.
Dietro ogni ombra sua il frumento.
In ogni occhio senza luce una pupilla.
La rosa nello spazio dell’onore.
La speranza che sale dal supplizio.
L’amore che trabocca dalla sua coppa.
Il dovere figlio puro del legno.
La rugiada che corre salutando le foglie.
La bontà con più occhi che una stella.
L’onore senza medaglia né castello.
VI
Allora la morte, la morte di Parigi cadde come una tela,
come orrendo vampiro, come ali di ombrello,
e l’eroe dissanguato la rifiutò credendo
che fosse la sua propria immagine, la sua anteriore creatura,
l’immagine spaventosa dei suoi primi sogni.
“Non sono qui, me ne andai, Maldoror non esiste.”
“Sono l’allegria della futura primavera”,
disse, e non era l’ombra che le sue mani crearono,
non era il sibilo del melodramma nella nebbia,
né il ragno nutrito dalla sua oscura grandezza,
era solo la morte di Parigi che arrivava
a domandare del suo indomito uruguaiano,
del bambino feroce che voleva tornare,
che voleva sorridere verso Montevideo,
era soltanto la morte che veniva a cercarlo.
Isidore Lucien Ducasse (Montevideo, 4 Aprile 1846 - Parigi, 24 Novembre 1870) fu un poeta francese, usò lo pseudonimo conte di Lautréamont.
Figlio di un funzionario dell'Ambasciata francese a Montevideo, fu inviato, nel 1859, a studiare in Francia nel liceo di Tarbes e poi a Pau fino al 1865. Dopo un soggiorno di due anni a Montevideo, si trasferì a Parigi dove, nel 1867 cercò di dare alle stampe anonimi i Canti di Maldoror che furono stampati ma non pubblicati dall'editore per timore della censura, data l'eccessiva violenza espressiva.
Anche una seconda edizione, sotto lo pseudonimo di Conte di Lautréamont, passò inosservata. Stessa sorte ebbe Poesie - prefazione ad un libro futuro. Lautréamont morì nel 1870 a soli 24 anni e la sua morte così prematura ed improvvisa fece pensare, forse erroneamente, ad un suicidio. La violenza verbale della sua opera associata ad una fantasia immaginifica e manifestata in una visione romanticamente satanica, lo fecero classificare fra i poeti maledetti. La sua opera fu praticamente ignorata fino al 1890, quando i surrealisti ne scoprirono le affinità con le loro idee tanto da considerarlo un loro predecessore.