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Neruda - le poesie
FIN DE FIESTA
I
Hoy es el primer día que llueve sobre marzo,
sobre las golondrinas que bailan en la lluvia,
y otra vez en la mesa está el mar,
todo está como estuvo dispuesto entre las olas,
seguramente así seguirá siendo.
Seguirá siendo, pero yo, invisible,
alguna vez ya no podré volver
con brazos, manos, pies, ojos, entendimiento,
enredados en sombra verdadera.
II
En aquella reunión de tantos invitados
uno por uno fueron regresando a la sombra
y son así las cosas después de las reuniones,
se dispersan palabras, y bocas, y caminos,
pero hacia un solo sitio, hacia no ser, de nuevo
se pusieron a andar todos los separados.
III
Fin de fiesta... Llueve sobre Isla Negra,
sobre la soledad tumultuosa, la espuma,
el polo centelleante de la sal derribada,
todo se ha detenido menos la luz del mar.
Y adonde iremos?, dicen las cosas sumergidas.
Qué soy?, pregunta por vez primera el alga,
y una ola, otra ola, otra ola responden:
nace y destruye el ritmo y continúa:
la verdad es amargo movimiento.
IV
Poemas deshabitados, entre cielo y otoño,
sin personas, sin gastos de transporte,
quiero que no haya nadie por un momento en mis versos,
no ver en la arena vacía los signos del hombre,
huellas de pies, papeles muertos, estigmas
del pasajero, y ahora
estática niebla, color de marzo, delirio
de aves del mar, petreles, pelícanos, palomas
de la sal, infinito
aire frío,
una vez más antes de meditar y dormir,
antes de usar el tiempo y extenderlo en la noche,
por esta vez la soledad marítima,
boca a boca con el húmedo mes y la agonía
del verano sucio, ver cómo crece el cristal,
cómo sube la piedra a su inexorable silencio,
cómo se derrama el océano sin matar su energía.
V
Nos pasamos la vida preguntando: cuánto?
Y vimos a nuestros padres con el cuánto en los ojos,
en la boca, en las manos, cuánto por aquello,
por esto, cuánto por la tierra, por el kilo de pan,
y también por las espléndidas uvas y por los zapatos.
Cuánto cuesta, señor, cuánto cuesta, nos habíamos
vestido de sonrisas aquel día sin duda
y los padres, con ropa remendada, inseguros
entraban al almacén como a una iglesia terrible.
Pero, después, más lejos fue lo mismo.
VI
No gusta a los estetas la moraleja, murió
cuando la poesía enseñaba al hombre a ser hombre
y además le dejaba un fulgor de violeta en el alma.
Por eso si digo dónde y cómo
y en todas partes desde el trono al petróleo
se ensangrentaba el mundo preguntando,
cuánto? y el grano de la cólera crecía
con el cuánto en las sílabas de todos los idiomas,
si digo y sigo seré un violín gastado,
un trovador que agobió la duda y la verdad.
VII
El deber crudo, como es cruda la sangre de una herida
o como es aceptable a pesar de todo el viento frío reciente,
nos hace soldados, nos hace la voz y el paso
de los guerreros, pero es con ternura indecible
que nos llaman la mesa, la silla, la cuchara,
y en plena guerra oímos cómo gritan las copas.
Pero no hay paso atrás! Nosotros escogimos,
nadie pesó en las alas de la balanza
sino nuestra razón abrumadora
y este camino se abrió con nuestra luz:
pasan los hombres sobre lo que hicimos,
y en este pobre orgullo está la vida,
es éste el esplendor organizado.
VIII
Fin de fiesta... Es tiempo de agua,
se mueven los ríos subterráneos de Chile
y horadan el fondo fino de los volcanes,
atraviesan el cuarzo y el oro, acarrean silencio.
Son grandes aguas sagradas que apenas conoce el hombre,
se dice mar, se dice Cabo de Hornos,
pero este reino no tiene mancha humana,
la especie aquí no pudo implantar sus comercios,
sus motores, sus minas, sus banderas,
es libre el agua y se sacude sola,
se mueve y lava, lava,
lava piedras, arenas, utensilios, heridos,
no se consume como el fuego sangriento,
no se convierte en polvo ni en ceniza.
IX
La noche se parece al agua, lava el cielo,
entra en los sueños con un chorro agudo
la noche
tenaz, interrumpida y estrellada,
sola,
barriendo los vestigios
de cada día muerto,
en lo alto las insignias
de su estirpe nevada
y abajo
entre nosotros
la red de sus cordeles, sueño y sombra.
De agua, de sueño, de verdad desnuda,
di piedra y sombra
somos o seremos,
y los nocturnos no tenemos luz,
bebemos noche pura,
en el reparto nos tocó la piedra
del horno: cuando fuimos
a sacar el pan
sacamos sombra
y por la vida
fuimos
divididos:
nos partió la noche,
nos educó en mitades
y anduvimos
sin tregua, traspasados
por estrellas.
X
Los desgranados, los muertos de rostro tierno,
los que amamos, los que brillan
en el firmamento, en la multitud del silencio,
hicieron temblar la espiga con su muerte,
nos pareció morir, nos llevaban con ellos
y quedamos temblando en un hilo, sintiendo la amenaza,
y así siguió la espiga desgranándose
y el ciclo de las vidas continúa.
Pero, de pronto, faltan a la mesa
los más amados muertos, y esperamos,
y no esperamos, es así la muerte,
se va acercando a cada silla y luego
allá ya no se sienta la que amamos,
se murió con violín el pobre Alberto,
y se desploma el padre hacia el abuelo.
XI
Construyamos el día que se rompe,
no demos cuerda a cada hora sino
a la importante claridad, al día,
al día que llegó con sus naranjas.
Al fin de cuentas de tantos detalles
no quedará sino un papel
marchito, masticado, que rodará en la arena
y será por inviernos devorado.
Al fin de todo no se recuerda la hoja
del bosque, pero quedan
el olor y el temblor en la memoria:
de aquella selva aún vivo impregnado,
aún susurra en mis venas el follaje,
pero ya no recuerdo día ni hora:
los números, los años son infieles,
los meses se reúnen en un túnel tan largo
que abril y octubre suenan como dos piedras locas,
y en un solo canasto se juntan las manzanas,
en una sola red la plata del pescado,
mientras la noche corta con una espada fría
el resplandor de un día que de todas maneras
vuelve mañana, vuelve si volvemos.
XII
Espuma blanca, marzo en la Isla, veo
trabajar ola y ola, quebrarse la blancura,
desbordar el océano de su insaciable copa,
el cielo estacionario dividido
por largos lentos vuelos de aves sacerdotales
y llega el amarillo,
cambia el color del mes, crece la barba
del otoño marino,
y yo me llamo Pablo,
soy el mismo hasta ahora,
tengo amor, tengo dudas,
tengo deudas,
tengo el inmenso mar con empleados
que mueven ola y ola,
tengo tanta intemperie que visito
naciones no nacidas:
voy y vengo del mar y sus países,
conozco
los idiomas de la espina,
el diente del pez duro,
escalofrío de las latitudes,
la sangre del coral, la taciturna
noche de la ballena,
porque de tierra en tierra fui avanzando
estuarios, insufribles territorios,
y siempre regresé, no tuve paz:
qué podía decir sin mis raíces?
XIII
Que podía decir sin tocar tierra?
A quién me dirigía sin la lluvia?
Por eso nunca estuve donde estuve
y no navegué más que de regreso
y de las catedrales no guardé
retrato ni cabellos: he tratado
de fundar piedra mía a plena mano,
con razón, sin razón, con desvarío,
con furia y equilibrio: a toda hora
toqué los territorios del león
y la torre intranquila de la abeja,
por eso cuando vi lo que ya había visto
y toqué tierra y lodo, piedra y espuma mía,
seres que reconocen mis pasos, mi palabra,
plantas ensortijadas que besaban mi boca,
dije: «aquí estoy», me desnudé en la luz,
dejé caer las manos en el mar,
y cuando todo estaba transparente,
bajo la tierra, me quedé tranquilo.
FINE DELLA FESTA
I
Oggi è il primo giorno che piove su marzo,
sulle rondini che ballano nella pioggia,
e ancora sulla tavola c’è il mare,
tutto è come stava disposto tra le onde,
sicuramente così continuerà a essere.
Continuerà a essere, ma io, invisibile,
qualche volta non potrò tornare
con braccia, mani, piedi, occhi, giudizio,
trattenuti in ombra vera.
II
In quella riunione di tanti invitati
uno ad uno ritornarono nell’ombra
e sono così le cose dopo le riunioni,
si disperdono parole, e bocche, e strade,
ma verso un solo luogo, verso il non essere, di nuovo
si misero a andare tutti i separati.
III
Fine della festa … Piove sopra Isla Negra,
sopra la solitudine tumultuosa, la schiuma,
il polo scintillante del sale abbattuto,
tutto si è fermato tranne la luce del mare.
E dove andremo?, dicono le cose sommerse.
Che cosa sono?, domanda per la prima volta l’alga,
e un’onda, un’altra onda, un’altra onda rispondono:
nasce e distrugge il ritmo e continua:
la verità è amaro movimento.
IV
Poemi disabitati, tra cielo e autunno,
senza persone, senza spese di trasporto,
voglio che non ci sia nessuno per un momento nei miei versi,
non vedere nell’arena vuota i segni dell’uomo,
orme di piedi, giornali morti, stimmate
del passeggero, e adesso
statica nebbia, colore di marzo, delirio
di uccelli del mare, procellarie, colombe
del sale, infinita
aria fredda,
una volta di più prima di meditare e dormire,
prima di usare il tempo e estenderlo nella notte,
per questa volta la solitudine marittima,
bocca a bocca con l’umido mese e l’agonia
dell’estate sporca, vedere come cresce il vetro,
come sale la pietra al suo inesorabile silenzio,
come si rovescia l’oceano senza uccidere la sua energia.
V
Non passiamo la vita domandando: quanto?
E vedemmo i nostri padri con il quanto negli occhi,
nella bocca, nelle mani, quanto per quello,
per questo, quanto per la terra, per un chilo di pane,
e anche per le splendide uve e per le scarpe.
Quanto costa, signore, quanto costa, non avevamo
vestito di sorrisi quel giorno senza incertezza
e i padri, con vestito rammendato, insicuri
entravano nell’emporio come in una chiesa terribile.
Ma, dopo, più lontano fu lo stesso.
VI
Non piace agli esteti la morale, morì
quando la poesia insegnava all’uomo ad essere uomo
e inoltre le lasciava un odore di violetta nell’anima.
Per questo se dico dove e come
e in ogni parte dal trono al petrolio
si insanguinava il mondo domandando,
quanto? e il grano della collera cresceva
con il quanto nelle sillabe di tutte le lingue,
se dico e continuo sarò un violino consumato,
un cantore che angosciò il dubbio e la verità.
VII
Il dovere crudo, come è crudo il sangue di una ferita
o come è accettabile il peso di tutto il vento freddo recente,
ci fa soldati, ci fa la voce e il passo
dei guerrieri, ma è con tenerezza indicibile
che ci chiamano la tavola, la sedia, il cucchiaio,
e in piena guerra udiamo come gridano i bicchieri.
Ma non c’è passo indietro! Noi scegliemmo,
nessuno pesò sulle ali della bilancia
se non la nostra ragione opprimente
e questo cammino si aprì con la nostra luce:
passano gli uomini sopra quello che facemmo,
e in questo povero orgoglio sta la vita,
in questo lo splendore organizzato.
VIII
Fine della festa … È tempo di acqua,
si muovono i fiumi sotterranei del Cile
e perforano il fondo fine dei vulcani,
attraversano il quarzo e l’oro, trasportano silenzio.
Sono grandi acque sacre che appena conosce l’uomo,
se dice mare, se dice Capo Horn,
ma questo regno non ha macchia umana,
la specie qui non poté impiantare i suoi commerci,
i suoi motori, le sue miniere, le sue bandiere,
è libera l’acqua e si allontana sola,
si muove e lava, lava,
lava pietre, sabbie, utensili, feriti,
non si consuma come il fuoco insanguinato,
non si trasforma in polvere né in cenere.
IX
La notte assomiglia all’acqua, lava il cielo
entra nei sogni con un getto acuto
la notte
tenace, interrotta e stellata,
sola,
spazza le vestigia
di ogni giorno morto,
nell’alto le insegne
della sua stirpe nevosa
e sotto
tra noi
la rete delle sue corde, sogno e ombra.
Di acqua, di sogno, di verità nuda,
di pietra e ombra
siamo o saremo,
e i notturni non abbiamo luce,
beviamo notte pura,
nella distribuzione ci toccò la pietra
del forno: quando andammo
a estrarre il pane
estraemmo l’ombra
e per la vita
fummo
divisi:
ci divise la notte,
ci educò a metà
e andavamo
senza tregua, trapassati
dalle stelle.
X
Gli sgranati, i morti dal volto tenero,
quelli che amiamo, quelli che brillano
nel firmamento, nella moltitudine del silenzio,
fecero tremare la spiga con la loro morte,
ci sembrò di morire, ci portavano con loro,
e rimaniamo tremanti in un filo, sentendo la minaccia,
e così continuò la spiga a sgranarsi
e il ciclo della vita continua.
Ma, all’improvviso, mancano alla tavola
i più amati morti, e aspettiamo,
e non aspettiamo, è così la morte,
si sta avvicinando a ogni sedia e quindi
là già non si sente che la amiamo,
morì con violino il povero Alberto,
e si precipita il padre verso il nonno.
XI
Costruiamo il giorno che si rompe,
non diamo corda a ciascuna ora, ma
alla importante chiarezza, al giorno,
al giorno che arrivò con le sue arance.
Alla fine dei conti di tanti dettagli
non rimarrà che un foglio
marcito, masticato, che girerà nella sabbia
e sarà per inverni divorato.
Alla fine di tutto non si ricorda la foglia
del bosco, ma rimangono
l’odore e il tremore nella memoria:
di quella selva ancora vivo impregnato,
ancora sussurra nelle mie vene il fogliame,
ma non ricordo né giorno né ora:
i numeri, gli anni sono infedeli,
i mesi si riuniscono in un tunnel tanto lungo
che aprile ed ottobre suonano come due pietre pazze,
e in un solo canestro si riuniscono le mele,
in una sola rete l’argento del pescato,
mentre la notte taglia con una spada fredda
lo splendore di un giorno che ad ogni modo
ritorna domani, ritorna se ritorniamo.
XII
Spuma bianca, marzo a Isla, vedo
lavorare onda e onda, sgretolarsi la bianchezza,
traboccare l’oceano dalla sua insaziabile coppa,
il cielo stazionario diviso
da lunghi lenti voli di uccelli sacerdotali
e arriva il giallo,
cambia il colore del mese, cresce la barba
dell’autunno marino,
e io mi chiamo Pablo,
sono lo stesso fino ad ora,
posseggo amore, posseggo dubbi,
posseggo colpe,
posseggo l’immenso mare con dipendenti
che muovono onda e onda,
posseggo tante intemperie che visito
nazioni non nate:
vado e vengo dal mare e dai suoi paesi,
conosco
le lingue della spina,
il dente del pesce duro,
brivido delle latitudini,
il sangue del corallo, la taciturna
notte della balena,
perché di terra in terra andai avanti
per estuari, insopportabili territori,
e sempre ritornai, non ebbi pace:
che potevo dire senza le mie radici?
XIII
Che potevo dire senza toccare terra?
Dove mi dirigevo senza la pioggia?
Per questo niente stetti dove stetti
e io navigai più che di ritorno
e delle cattedrali non conservai
ritratto né capelli: ho trattato
di fondare la mia pietra a piena mano,
con motivo, senza motivo, con delirio,
con furia ed equilibrio: ad ogni ora
toccai i territori del leone
e la torre irrequieta dell’ape,
per questo quando vidi quello che già avevo visto
e toccai terra e fango, pietra e schiuma mia,
esseri che riconoscono i miei passi, le mie parole,
piante inanellate che baciavano la mia bocca,
dissi: “qui sto”, mi denudai nella luce,
lascia cadere le mani nel mare,
e quando tutto era trasparente,
sotto la terra, rimasi tranquillo.