PABLO NERUDA - INSETTI


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Ode alla pietra - Ode al vecchio poeta

Neruda - le poesie

Oda a la piedra

América elevada
por la piedra
andina:
de piedra libre
y
solitario viento
fuiste,
torre oscura
del mundo,
desconocida madre
de los ríos,
hasta que desató el picapedrero
su cintura morena
y las antiguas manos
cortaron piedra
como
si cortaran luna,
granito espolvoreado
por las olas,
sílice trabajada por el viento.

Plutónico
esqueleto
de aquel
mundo,
cumbres ferruginosas,
alturas de diamante,
todo
el
anillo
de la
furia
helada,
allá arriba durmiendo
entre sábana y sábana
de nieve,
entre soplo y silbido
de huracanes.

Arriba
cielo
y piedra,
lomos grises,
nuestra
terrible
herencia encarnizada,
trenzas,
molinos,
torres,
palomas y banderas
de piedra verde,
de
agua endurecida,
de rígidas
catástrofes,
piedra nevada,
cielo nevado
y nieve.

La piedra fue la proa,
se adelantó al latido de la tierra,
el ancho continente
americano
avanzó a cada lado
del granito,
los ríos
en la cuenca
de la roca
nacieron.
Las águilas oscuras
y los pájaros de oro
soltaron sus destellos,
cavaron
un duro nido abierto
a picotazos
en la nave de piedra.
Polvo y arena frescos
cayeron
como plumas
sobre
las playas del planeta
y la humedad
fue un beso.
El beso de la vida
venidera
fue colmando la copa
de la tierra.
Creció el maíz y derramó su especie.
Los mayas estudiaron sus estrellas.
Celestes edificios
hoy
en el polvo abiertos
como antiguas
granadas
cuyos granos
cayeron,
cuyos viejos destellos de amaranto
en la tierra profunda se gastaron.
Casas talladas en
piedra peruana,
dispuestas en el filo
de las cumbres
como hachas de la noche
o nidos de obsidiana,
casa desmoronadas en que aún
la roca es una estrella
dividida,
un fulgor que palpita
sobre la destrucción de su sarcófago.
Constelas
todo
nuestro
territorio,
luz
de la piedra,
estrella vertebrada,
frente de nieve en donde
golpea el aire andino.

América,
boca
de piedra muda,
aún hablas con tu lengua perdida,
aún hablarás, solemne,
con nueva
voz
de piedra.
1956

Oda al viejo poeta

Me dio la mano
como si un árbol viejo
alargara un gancho
sin
hojas y sin frutos.
Su
mano
que escribió desenlazando
los hilos y las hebras
del
destino
ahora estaba
minuciosamente
rayada
por los días, los meses y los años.
Seca en su rostro
era
la escritura
del tiempo,
diminuta
y errante
como
si allí estuvieran
dispuestos
las líneas y los signos
desde su nacimiento
y poco a poco
el aire
los hubiera erigido.

Largas líneas profundas,
capítulos cortados
por la edad en su cara,
signos interrogantes,
fábulas misteriosas,
asteriscos,
todo lo que olvidaron las sirenas
en la extendida
soledad de su alma,
lo que cayó del
estrellado cielo,
allí estaba en su rostro
dibujado.
Nunca el antiguo
bardo
recogió
con pluma y papel duro
el río derramado
de la vida
o el dios desconocido
que cortejó su verso,
y ahora,
en sus mejillas,
todo
el misterio
diseñó
con frío
el álgebra
de sus revelaciones
y las pequeñas,
invariables
cosas
menospreciadas
dejaron
en su frente
profundísimas
páginas
y
en su
nariz
delgada,
como pico
de cormorán errante,
los viajes y las olas
depositaron
su letra
ultramarina.
Sólo
dos piedrecitas
intratables,
dos ágatas
marinas
en aquel
combate,
eran
sus ojos
y sólo a través de ellos
vi la apagada
hoguera,
una rosa
en las manos
del poeta.

Ahora
el traje
le quedaba grande
como si ya viviera
en una
casa
vacía,
y los huesos
de todo
su cuerpo se acercaban
a la piel
levantándola
y era
de hueso,
de hueso que advertía
y enseñaba,
un pequeño
árbol, al fin, de hueso,
era el poeta
apagado
por la caligrafía
de la lluvia,
por los inagotables
manantiales del tiempo.

Allí le dejé andando
presuroso a su muerte
como
si lo esperara
también casi desnuda
en un parque sombrío
y de la mano
fueran
hasta
un desmantelado dormitorio
y en él durmieran
como dormiremos
todos
los hombres:
con
una rosa
seca
en
una
mano
que también cae
convertida en polvo.
1956


ODE ALLA PIETRA

America elevata
dalla pietra
andina:
da pietra libera
e
solitario vento
fosti,
torre oscura
del mondo,
sconosciuta madre
dei fiumi,
finché scatenò il tagliapietre
la sua vita bruna
e le antiche mani
spezzarono pietra
come
se spezzassero luna,
granito spolverato
dalle onde,
silice lavorata dal vento.

Plutonico
scheletro
di quel
mondo,
cime ferruginose,
alture di diamante,
tutto
l’
anello
della
furia
gelata,
là arriva dormendo
tra lenzuolo e lenzuolo
di neve,
tra soffio e sibilo
di uragani.

In alto
cielo
e pietra,
lombi grigi,
nostra
terribile
eredità violenta,
trecce,
mulini,
torri,
colombe e bandiere
di pietra verde,
di
acqua indurita,
di rigide
catastrofi,
pietra innevata,
cielo innevato
e neve.

La pietra fu la prua,
progredì al battito della terra,
l’ampio continente
americano
avanzò ad ogni lato
del granito,
i fiumi
nella conca
della roccia
nacquero.
Le aquile scure
e gli uccelli d’oro
liberarono il loro luccichio,
scavarono
un duro nido aperto
a beccate
sulla nave di pietra.
Polvere e sabbia fresche
caddero
come piume
sopra
le spiagge del pianeta
e l’umidità
fu un bacio.
Il bacio della vita
ventura
colmò la coppa
della terra.
Crebbe il mais e si sparse la sua specie.
I
maya studiarono le loro stelle.
Celesti edifici
oggi
aperti nella polvere
come antiche
granate
i cui grani
caddero,
i cui vecchi scintilli di amaranto
sulla terra profonda si consumarono.
Case intagliate in
pietra peruviana,
disposte sul filo
delle sommità
come torce nella notte
o nidi di ossidiana,
case sgretolate su cui ancora
la roccia è una stella
divisa,
un fulgore che palpita
sopra la distruzione del suo sarcofago.
Costelli
tutto
il nostro
territorio,
luce
della pietra,
stella vertebrata,
fonte della neve da cui
colpisci l’aria andina.

America,
bocca
di pietra muta,
così parli con la tua lingua perduta,
ancora parlerai, solenne,
con nuova
voce
di pietra.
1956

ODE AL VECCHIO POETA

Mi dette la mano
come se un albero vecchio
allungasse un gancio
senza
occhi e senza frutti.
La sua
mano
che scrisse sciogliendo
i fili e le erbe
del
destino
ora era
minuziosamente
rigata
da giorni, mesi, anni.
Secca sul suo volto
era
la scrittura
del tempo,
piccola
e errante
come
se lì stessero
disposte
le linee e i segni
dalla sua nascita
e poco a poco
l’aria
li avesse eretti.

Larghe linee profonde,
capitoli tagliati
per l’età sulla sua faccia,
segni interrogativi,
parole misteriose,
asterischi,
tutto quello che dimenticarono le sirene
nell’estesa
solitudine della sua anima,
quello che cadde dallo
stellato cielo,
lì stava sul suo volto
disegnato.
Mai l’antico
bardo
raccolse
con penna e carta dura
il fiume versato
della vita
o il dio sconosciuto
che corteggiò il suo verso,
e adesso,
nelle sue guance.
tutto
il mistero
disegnò
con freddo
l’algebra
delle sue rivelazioni
e le piccole,
invariabili
cose
disprezzate
lasciarono
sulla sua fronte
profondissime
pagine
e
sulla sua
narice
magra,
come becco
di cormorano errante,
i viaggi e le onde
depositarono
la loro lettera
ultramarina.
Soltanto
due pietruzze
intrattabili,
due agate
marine
su quel
combattimento,
erano
i suoi occhi
e soltanto attraverso essi
vidi lo spento
falò,
una rosa
nelle mani
del poeta.

Ora
il vestito
gli stava grande
come se già vivesse
in una
casa
vuota,
e le ossa
di tutto
il suo corpo si accostavano
alla pelle
sollevandola
e era
di osso,
di osso che vedeva
ed insegnava,
un piccolo
albero, infine, di osso,
era il poeta
spento
dalla calligrafia
della pioggia,
dalle inesauribili
sorgenti del tempo.

Lì lo lasciai andare
frettoloso alla sua morte
come
se lo aspettasse
anche quasi nuda
in un parco ombroso
e insieme
fossero
perfino
una smantellata camera da letto
e in lui dormissero
come dormiremo
tutti
gli uomini:
con
una rosa
secca
in
una
mano
che talvolta cade
trasformata in polvere.
1956



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