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Neruda - le poesie
Oda a la ciruela
Hacia la cordillera
los caminos
viejos
iban cercados
por ciruelos,
y a través
de la pompa
del follaje,
la verde, la morada
población de las frutas
traslucía
sus ágatas ovales,
sus crecientes
pezones.
En el suelo
las charcas
reflejaban
la intensidad
del duro
firmamento:
el aire
era una
flor
total y abierta.
Yo, pequeño
poeta,
con los primeros :
ojos
de la vida,
iba sobre
el caballo
balanceado
bajo la arboladura
de ciruelos.
Así en la infancia
pude
aspirar
en
un ramo,
en una rama,
el aroma del mundo,
su clavel
cristalino.
Desde entonces
la tierra, el sol, la nieve,
las rachas
de la lluvia, en octubre,
en los caminos,
todo,
la luz, el agua,
el sol desnudo,
dejaron
en mi memoria
olor
y transparencia
de ciruela:
la vida
ovaló en una copa
su claridad, su sombra,
su frescura.
Oh beso
de la boca
en la ciruela,
dientes
y labios
llenos
del ámbar oloroso,
de la líquida
luz de la ciruela!
Ramaje
de altos árboles
severos
y sombríos
cuya
negra
corteza
trepamos
hacia el nido
mordiendo
ciruelas verdes,
acidas estrellas!
Tal vez cambie, no soy
aquel niño
a caballo
por
los
caminos de la cordillera.
Tal vez
más
de una
cicatriz
o quemadura
de la edad o la vida
me cambiaron
la frente,
el pecho,
el alma!
Pero, otra vez,
otra vez
vuelvo
a ser
aquel niño silvestre
cuando
en la mano levanto
una ciruela:
con su luz
me parece
que levanto
la luz del primer día
de la tierra,
el crecimiento
del fruto y del amor
en su delicia.
Sí,
en esta hora,
sea
cual sea, plena
como pan o palma
o amarga
como
deslealtad de amigo,
yo para ti levanto una ciruela
y en ella, en su pequeña
copa
de ámbar morado y espesor fragante
bebo y brindo la vida
en honor tuyo,
seas quien seas, vayas donde vayas.
No sé quién eres, pero
dejo en tu corazón
una ciruela.
1956
Oda al color verde
Cuando la tierra
fue
calva y callada,
silencio y cicatrices,
extensiones
de lava seca
y piedra congelada,
apareció
el verde,
el color verde,
trébol,
acacia,
río
de agua verde.
Se derramó el cristal
inesperado
y crecieron
y se multiplicaron
los numerosos
verdes,
verdes de pasto y ojos,
verdes de amor marino,
verdes
de campanario,
verdes
delgados, para
la red, para las algas, para el cielo,
para la selva
el verde tembloroso,
para las uvas
un ácido verde.
Vestido
de la tierra,
población del follaje,
no sólo
uno
sino
la multiplicación
del ancho verde,
ennegrecido como
noche verde,
claro y agudo
como
violín verde,
espeso en la espesura,
metálico, sulfúrico
en la mina
de cobre, venenoso
en las lanzas
oxidadas,
húmedo en el abrazo
de la ciénaga,
virtud de la hermosura.
Ventana de la luna en movimiento,
cárdenos, muertos verdes
que enrojecen
a la luz del otoño
en el puñal del eucaliptus, frío
como piel de pescado,
enfermedades verdes,
neones saturnianos
que te afligen
con agobiante luz,
verde volante
de la nupcial luciérnaga,
y tierno
verde
suave
de la lechuga cuando
recibe sol en gotas
de los castos limones
exprimidos
por una mano verde.
El verde
que no tuve,
no tengo
ni tendría,
el fulgor submarino y subterráneo,
la luz
de la esmeralda,
águila verde entre las piedras, ojo
del abismo, mariposa helada,
estrella que no pudo
encontrar cielo
y enterró
su ola verde
en
la más honda
cámara terrestre,
y allí
como rosario
del infierno,
fuego del mar o corazón de tigre,
espléndida dormiste, piedra verde,
uña de las montañas,
río fatuo,
estatua hostil, endurecido verde.
1956
ODE ALLA SUSINA
Verso la cordigliera
Le strade
vecchie
erano circondate
da susini,
e fra
lo sfarzo
del fogliame,
la verde, la violacea
popolazione dei frutti
rivelava
le sue agate ovali,
i suoi crescenti
piccioli.
Sul suolo
le pozzanghere
riflettevano
l’intensità
del duro
firmamento:
l’aria
era un
fiore
totale e aperto.
Io, piccolo
poeta,
con i primi
occhi
della vita,
andavo sopra
il cavallo
equilibrato
sotto l’alberatura
dei susini.
Così nell’infanzia
potei
aspirare
su
un ramo,
su un ramo,
l’aroma del mondo,
il suo garofano
cristallino.
Da allora
la terra, il sole, la neve,
le raffiche
della pioggia, in ottobre,
sulle strade,
tutto,
la luce, l’acqua,
il sole nudo,
lasciarono
nella mia memoria
odore
e trasparenza
di susina:
la vita
ovalizzò in una coppa
la sua chiarezza, la sua ombra,
la sua freschezza.
Oh bacio
della bocca
sulla susina,
denti
e labbra
pieni
dell’ambra odorosa,
della liquida
luce della susina!
Rami
di alti alberi
severi
e ombrosi
la cui
scura
corteccia
arrampicammo
verso il nido
mordendo
susine verdi,
acide stelle!
Talvolta variai, non sono
quel bambino
a cavallo
per
i
cammini della cordigliera.
Talvolta
più
di una
cicatrice
o bruciatura
dell’età o la vita
mi cambiarono
la fronte,
il petto,
l’anima!
Ma, un’altra volta,
un’altra volta
torno
a essere
quel bambino silvestre
quando
nella mano alzo
una susina:
con la luce
mi sembra
di alzare
la luce del primo giorno
della terra,
la crescita
del frutto e dell’amore
nella sua delizia.
Si,
in questo momento,
sia
come sia, piena
come pane o colomba
o amara
come
slealtà di amico,
io per te alzo una susina
e in essa, nella sua piccola
coppa
di ambra violacea e spessore fragrante
bevo e brindo alla vita
in onore tuo,
sia chi sia, vada dove vada:
Non so chi sei, ma
lascio sul tuo cuore
una susina.
1956
ODE AL COLOR VERDE
Quando la terra
fu
pelata e silenziosa,
silenzio e cicatrici,
estensioni
di lava secca
e pietra congelata,
apparve
il verde,
il colore verde,
trifoglio,
acacia,
fiume
di acqua verde.
Si sparpagliò il cristallo
insperato
e crebbero
e si moltiplicarono
i numerosi
verdi,
verdi di pascoli e occhi,
verdi di amore marino,
verdi
di campanile,
verdi
sottili, per
la rete, per le alghe, per il cielo,
per la selva
il verde tremante,
per le uve
un acino verde.
Vestito
della terra,
popolazione del fogliame,
non soltanto
uno
ma
la moltiplicazione
dell’ampio verde,
scurito come
notte verde,
chiaro e acuto
come
violino verde,
spesso nello spessore,
metallico, solforico
nella miniera
di rame, velenoso
sulle lance
ossidate,
umido nell’abbraccio
della palude,
virtù della bellezza.
Finestra della luna in movimento,
violacei, morti verdi
che arrossano
alla luce dell’autunno
nei pugnali dell’eucalipto, freddo
come pelle di pesce pescato,
infermità verdi,
neon saturniani
che ti affliggono
con opprimente luce,
verde volante
della nuziale lucciola,
e tenero
verde
soave
della lattuga quando
riceve sole in gocce
dai casti limoni
spremuti
da una mano verde.
Il verde
che non ebbi,
non ho
né avrei,
il fulgore sottomarino e sotterraneo,
la luce
dello smeraldo,
aquila verde tra le pietre, occhio
dell’abisso, farfalla gelata,
stella che non poté
incontrare il cielo
e seppellì
la sua onda verde
nella
più profonda
camera terrestre,
e lì
come rosario
dell’inferno,
fuoco del mare o cuore di tigre,
splendida dormisti, pietra verde,
unghia delle montagne,
fiume fatuo,
statua ostile, indurito verde.
1956